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Carlos Kozel

QUE ES EL HOMBRE. CAPITULO I


¿QUE ES EL HOMBRE?

El hombre que tanto se preocupa para desentrañar los innumerables misterios que la vida cotidiana le depara, olvida casi siempre que el primer misterio a desvelar es el de su propia existencia, su origen y su destino, pero la primera pregunta que debería hacerse es ésta: ¿Que es el hombre?

Esta pregunta encierra un tema inagotable y permanente, ligado a la entera vida del hombre, y lleva implícita una doble demanda: "¿de dónde viene?", "a dónde va?" Entre estos dos polos, el origen y el destino final, gravita toda la existencia y toda la razón del ser humano.

Sólo el que llega a descifrar este enigma puede darse cuenta del sublime ideal hacia el que apunta su existencia, y el que no comprende que este es el objeto de la vida, forzosamente ha de llevar una vida rutinaria e inútil. Como nave sin rumbo, irá dando bandazos en su ciega singladura por el tenebroso mar de la ignorancia, sin saber de donde viene ni a donde va, para naufragar finalmente en un océano de desesperación.

Y precisamente porque el hombre de hoy va perdiendo cada vez más de vista el verdadero objeto de la vida, adquiere de día en día mayor vigencia la profecía bíblica de lsaías 24:4-6: "Destruyóse, cayó la tierra; enfermo, cayó el mundo; enfermaron los altos pueblos de la tierra. Y la tierra se inficiono bajo sus moradores; porque traspasaron las leyes, falsearon el derecho, rompieron el pacto sempiterno. Por esta causa la maldición consumió la tierra, y sus moradores fueron asolados; por esta causa fueron consumidos los habitantes de la tierra, y se dismi­nuyeron los hombres". El desconocimiento del verdadero objeto de la vida trae consigo el fracaso total. No solamente fracasa el hombre en cuanto a su felicidad individual, sino que fracasa también la felicidad colectiva de todos los pueblos. Y es así, porque aquel desconocimiento es la causa de toda la miseria humana y en especial de las enfermedades. Vive el hombre de hoy tan entregado a los goces sensuales del momento, que bien poco o nada se preocupa por un futuro mejor y raras veces llega a la abnegación de laborar por el bienestar y la dicha del prójimo.

El hombre se convierte en una máquina sin control, cuya marcha, buena o mala, o su definitiva detención y arrumbamiento, deja indiferente a la Humanidad entera. El tecnicismo moderno penetra has­ta lo más recóndito del ser humano y deja en él su maquinal impronta convirtiendo a los hombres en simples robots. La desdichada Humanidad ha perdido el control de su propia exis­tencia al alejarse de su Creador. Este alejamiento de Dios, y por tanto de sus leyes, que no son otras que las de la Naturaleza, es la causa primera del aumento de las enfermedades. El desconocimiento o la voluntaria ignorancia del objeto de la vida es el principal culpable de la creciente impiedad que impera en este mundo inmerso en la miseria y la enfermedad. De la negación de Dios, el Creador del universo, a la negación de todas las leyes de la vida y de la Naturaleza, no hay más que un paso. El que niega a Dios, niega también a la Naturaleza. Mas como no hay regla sin excepción, es forzoso admitir que los poderes de las tinieblas, culpables de todas las desgracias y miserias de esta tierra, han conseguido que incluso muchos naturistas que tratan de cumplir con las leyes de la Naturaleza, se obstenten en negar a un Dios vivo rector del universo. Hasta este extremo ha llegado la pobre Humanidad.lQué sería del hombre y de todos los seres vivientes en general siDios privara a la Na tu raleza del poder que El le ha dado? ¿Qué ocurrir (a si por un momento el sol dejara de sonreír al mundo vegetal, privándole de sus preciosos dones, y si la benéfica lluvia no aportara su reconfor­ tante influjo, y si desapareciera el ox(geno del aire?

Sería sin duda una terrible catástrofe para todos los seres vivien­ tes, para la Na tu raleza entera. Hombres, a ni males y vegetales desa­ parecerían sin remisión. Un helado mundo cadavérico, seco y vacío, seria el desolador cuadro que ofrecería nuestro planeta si Dios reti­ rara el poder que ha concedido a la Na tu raleza, aboliendo sus leyes.

Es por esto, apreciado lector, que te pedimos que no solamente pienses en "quién eres", es decir, "qué es, en realidad, el hombre", sino que además te preguntes "dónde estás", pues lo cierto es que la mayoría de los hombres ni siquiera se dan cuenta dónde se encuentran.

Nos hallamos en calidad de inquilinos en una propiedad que no nos pertenece: la "tierra", la "Naturaleza", en medio de la cual se desarrolla nuestra existencia, pertenece a Dios, el Creador del cielo y de la tierra. Es posible que más de un lector haga un gesto de in­ credulidad ante tales afirmaciones. Sin embargo, ello es cierto, ya que de otro modo, es decir, si el hombre supiera "donde está", lógica­ mente trataría de vivir conforme a las leyes de vida que rigen la heredad que Dios nos permite disfrutar, es decir, cumpliendo los Diez Manda­ mientos y las leyes de la Naturaleza.

Si así lo hiciera, viviría reconociendo con humildad que el ver­ dadero y único dueño de la propiedad que usufructúa es Dios, quien a la vez es el Supremo Legislador que ha establecido todas las leyes que condicionan el bienestar de la Humanidad. Un reconocimiento tal implica la "fe" en las promesas divinas, el arrepentimiento por Jos errores cometidos y la "adoración" al Supremo Ser. La falta de fe y la negativa a adorar a Dios y a reconocer su dominio sobre todas las cosas, demuestran (y ello no ha de escapar a la perspicacia y lógico raciocinio del lector) que la Humanidad de nuestros días no sabe dón­ de se encuentra, no sabe de dónde viene ni sabe a dónde va.

Estas disquisiciones nos acercan a la solución del dilema: "¿Qué es el hombre?" El hombre está totalmente ligado a Dios por conducto de leyes naturales, aunque esto se produce de modo imperceptible. El fue creado a imagen y semejanza de Dios, y así nos ha sido revelado precisamente por medio de las Sagradas Escrituras, la Palabra misma de Dios.

"Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen ...

Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó" (Génesis 1:26-27, Biblia de Las Américas).


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