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Carlos Konzel (1.991)

Prefacio.


Las plantas no sólo proporcionari herrnosurd y alegría ai paisaje sino que sus prin- I cipios curativos superan con ventaja los encantos puramente visuales. En la fotogra- 1 fía el Edelweiss, o flor de nieve (típica dc Ids zonas frías).

En todas las épocas ha habido personas enfermas que en el fondo del corazón mantenian encendida una luz de esperanza, un recondito anhelo de "curación". Pero jamás tuvo este hecho tanta importancia como en la Epoca presente, y esto es así porque nunca hubo como hasta ahora tanta gente enferma que anhela con ansia la "curación".

No cabe la menor duda de que la salud de la inmensa mayoría de los hombres esta dominada por pesadas cadenas que les van arrastrando hacia el resbaladizo borde de la tumba.

Es lamentable, en verdad, el estado general de la salud de la Humanidad de hoy. Y decimos de "HOY" cargando el acento y haciendo hincapié, con la intención de poner de relieve que el tiempo actual, nuestro "HOY ", es un tiempo distinto de los que hasta ahora ha vivido la Humanidad. La Palabra de Dios lo llama el tiempo del fin, es decir, el final de Ia historia de este mundo. El fin de todas las cosas significa que todo lo que cabe dentro del marco llamado "perdición" llegará al punto culminante, y esto es una señal infalible del fin del mundo.

El estado enfermizo de la Humanidad es también una clara advertencia de este fin. La Palabra de Dios predijo estas tristes circunstancias con las siguientes palabras:

"Destruyese, cayó la tierra; enfermó, cayo el mundo; enfermaron todos los altos pueblos de la tierra. Y la tierra se contaminó bajo sus moradores; porque traspasaron las leyes, falsearon el derecho, quebrantarón el pacto sempiterno. Por esta causa la maldición consumió, la tierra, y sus moradores fueron asolados; por esta causa fueron consumidos los habitantes de la tierra, y se disminuyeron los hombres." (Isa. 24: 4-6).

Hoy día se dan ya casi todas estas circunstancias lamentables y se van extendiendo cada vez más. Sus graves consecuencias nos incitan a investigar las causas, cumpliendo así con un deber de conciencia. Pero la investigación científica de las causas del mal genera el deber de buscar el remedio y ofrecerle a la Humanidad doliente. Sin embargo, el éxito de la ayuda dependerá del reconocimiento de las verdaderas causas del mal por parte del hombre enfermo.

¡Curación! ¡Ayuda! ", exclama la Humanidad doliente de hoy. Nuestro deber nos impulsa a responder a esta exclamación indicando el verdadero camino al hombre que sufre. Y nuestra ayuda es necesaria y urgente, pues vivimos los momentos previos al cierre de la última puerta y definitiva. si deseamos de verdad hacer el bien al prójimo ha de ser "ahora". Ahora que todo es confusión, incertidumbre e inestabilidad.

¡Ahora que IJ Humanidad tiene que cumplir su último gran deber: el de salvarse! Por eso clamamos en alta voz y con urgencia: " i Volved a la Naturaleza!"

Tan escueto llamamiento enlaza la "causa" (alejamiento de la Naturaleza) y el "remedio" (la vuelta a la Naturaleza); no solamente nos revela la verdadera causa de las tristes circunstancias actuales, sino que también nos señala el camino a seguir para el restablecimiento del equilibrio perturbado por la vida antinatural. La causa de todas las enfermedades está en prinier lugar en la transgresión de las leyes de la Naturaleza.

El hombre de hoy piensa haber llegado a un alto grado de civilizacion, cuando en realidad vive bajo el peso de la terrible maldición propia por haber transgredido exclusiva y repetidamente las leyes de la Naturaleza en los puntos más esenciales de la vida: alimentación, holganza, poltronería, egoísmo, sensualidad, etc. El falseamiento de la ley de Dios (los Diez Mandamientos) y su olvido, cuando la despreciamos, junto con la transgresion de las leyes de la Naturaleza que regulan la

vida del hombre, precipitan a la Humanidad al abismo de la miseria, la desdicha y la enfermedad.

Estas son, precisamente, las causas de la actual situación del mundo. Solamente "la vuelta a Dios" y al mismo tiempo "la vuelta a la Naturaleza" pueden proporcionar ayuda y curación, tanto para el cuerpo como para el espíritu.

Únicamente la Naturaleza puede devolver al hombre lo que este ha perdido por el quebrantamiento y el desprecio de las leyes naturales, es decir, la salud. Dios puso en la Naturaleza muchos medios curativos que el hombre puede emplear para conservarse en perfecto estado o para recuperar la salud perdida. Diversos son los factores curativos naturales para cada trastorno o dolencia. Desde el principio de los tiempos, ha sido voluntad de Dios que estos medios curativos se emplearan tal como los ofrece la Naturaleza, es decir, sin adulterar. Por desgracia, los avances de la tecnología por un lado, y el afán de lucro, por otro, han acarreado la transformación de los inmensos bienes naturales en productos artificiales de dudosa eficacia, cuando no seriamente perjudiciales.

De entre todos los medios naturales de curación, las plantas medicinales ocupan un lugar preeminente. Su empleo con fines curativos se remonta a los primeros tiempos de la Humanidad.

El solo hecho de que para cada trastorno, para cada enfermedad, existan varias plantas medicinales, revela la indiscutible importancia y enorme alcance del método de curación por las plantas.

Es por esto que hemos juzgado oportuno y necesario dedicar a este gran factor curativo de origen divino una obra de particular importancia con el deseo y la convicción de prestar alivio y curación a muchos enfermos. ¡Que esta obra sea el portavoz de la bendición que Dios nos ha dado al crear las plantas! Sin duda este deseo se cumplirá en gran medida, ya que cuanto se saca de la Naturaleza, ese gran patrimonio divino de salud, sólo puede traducirse en dicha, bienestar y otros inefables frutos de bendición.

EL AUTOR

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